- 'El cura dijo a mis padres que lo que había hecho era completamente normal'
- 'Las caricias eran placenteras, pero la penetración anal era muy dolorosa'
- 'Nos sentaba sobre sus rodillas y entrelazaba sus piernas con las nuestras'
Para las 507 personas que fueron víctimas del clero belga entre los años 50 y 80 no habrá justicia. No sólo porque la mitad de los violadores ya ha fallecido, sino también porque los delitos han prescrito. Sin consecuencias legales, lo que quedará son sus palabras, sus escalofriantes relatos de cómo niños de hasta dos años sufrieron los abusos sexuales de los curas católicos.
En algunos casos, los sacerdotes se cebaron con enteras familias. "Cuando tenía ocho años fui violada (con eyaculación) por un párroco. Ocurrió en la calle, tras salir de misa y delante de mi gemelo", cuenta una de las víctimas, añadiendo que también su hermano había sufrido abusos, aunque por parte de otro cura: "Ocurrió dos veces sin que mis padres lo supieran, hasta que él se lo contó. Cuando ellos pidieron explicaciones al párroco, éste dijo que lo que había hecho era completamente normal".
En otros casos las torturas duraron años. "Yo fui un niño violado (penetración anal y masturbación) por el vicario de mi parroquia", se relata en otro testimonio desvelado por la propia Iglesia Católica: "Comenzó cuando tenía siete años y duró hasta los 12; a veces, las caricias eran placenteras, pero la penetración anal con su dedo era muy dolorosa".
Unas violencias que, como si fueran un virus, se contagiaron de una persona a otra, tanto que la víctima llegó a convertirse en verdugo: "Lo que había hecho el vicario me marcó, marcó mi identidad sexual y todo lo que hice después. Años más tarde, también abusé de adolescentes y fui condenado a ocho años de cárcel, de los que cumplí cuatro".
"El cura, durante ciertas celebraciones, nos llevaba a su casa y nos dejaba probar alcohol", añade. "Nos sentaba sobre sus rodillas y terminaba tocándonos y entrelazando sus piernas con las nuestras. Íbamos uno detrás de otro y él se ponía a temblar. Recuerdo que cuando lo hacía nos reíamos. Nos parecía todo muy extraño, pero no veíamos el mal. Había que obedecer a los adultos y respetarlos, porque ellos decían lo que había que hacer".
A veces las pesadillas parecen superadas, pero reaparecen. En carne y hueso. Incluso mucho tiempo después, como le pasó a una de las víctimas, que se topó con su violador en un aparcamiento de un supermercado cuando ya habían transcurrido 39 años de los abusos. "Cuando le vi, de inmediato me acordé de las sesiones 'zim-bum-pan-pan'. Se trataba de unos castigos de los que no teníamos que hablar. Todo se quedaba 'entre Jesús y nosotros'. El sacerdote nos hacía esperar nuestro turno en el pasillo. Después nos confesaba, uno a uno. Me decía que me pusiera de rodillas, a cinco centímetros de su repugnante boca", añade el relato.
Las violencias eran justificadas como 'expiación': "'Para que seas purificada por Jesús, tengo que hacerte 'zim-bum'', me decía el cura. Entonces empezaba a levantarme la falda y a tocarme las piernas, cada vez más cerca de mi sexo, hasta la eyaculación. Después me mandaba rezar un 'Padre Nuestro'".
ELMUNDO.es
En algunos casos, los sacerdotes se cebaron con enteras familias. "Cuando tenía ocho años fui violada (con eyaculación) por un párroco. Ocurrió en la calle, tras salir de misa y delante de mi gemelo", cuenta una de las víctimas, añadiendo que también su hermano había sufrido abusos, aunque por parte de otro cura: "Ocurrió dos veces sin que mis padres lo supieran, hasta que él se lo contó. Cuando ellos pidieron explicaciones al párroco, éste dijo que lo que había hecho era completamente normal".
En otros casos las torturas duraron años. "Yo fui un niño violado (penetración anal y masturbación) por el vicario de mi parroquia", se relata en otro testimonio desvelado por la propia Iglesia Católica: "Comenzó cuando tenía siete años y duró hasta los 12; a veces, las caricias eran placenteras, pero la penetración anal con su dedo era muy dolorosa".
Unas violencias que, como si fueran un virus, se contagiaron de una persona a otra, tanto que la víctima llegó a convertirse en verdugo: "Lo que había hecho el vicario me marcó, marcó mi identidad sexual y todo lo que hice después. Años más tarde, también abusé de adolescentes y fui condenado a ocho años de cárcel, de los que cumplí cuatro".
'Uno detrás de otro'
Un niño de seis años se limita a sufrir, porque no sabe lo que está bien y lo que está mal. Las valoraciones morales -muy presentes, eso sí, en todos los discursos de las autoridades eclesiásticas- llegan en un segundo momento. "Fui víctima dos veces de abusos sexuales por curas católicos. La primera vez tenía seis años", cuenta una de las 507 víctimas, cuyos relatos están disponibles en la página web www.commissionabus.be."El cura, durante ciertas celebraciones, nos llevaba a su casa y nos dejaba probar alcohol", añade. "Nos sentaba sobre sus rodillas y terminaba tocándonos y entrelazando sus piernas con las nuestras. Íbamos uno detrás de otro y él se ponía a temblar. Recuerdo que cuando lo hacía nos reíamos. Nos parecía todo muy extraño, pero no veíamos el mal. Había que obedecer a los adultos y respetarlos, porque ellos decían lo que había que hacer".
A veces las pesadillas parecen superadas, pero reaparecen. En carne y hueso. Incluso mucho tiempo después, como le pasó a una de las víctimas, que se topó con su violador en un aparcamiento de un supermercado cuando ya habían transcurrido 39 años de los abusos. "Cuando le vi, de inmediato me acordé de las sesiones 'zim-bum-pan-pan'. Se trataba de unos castigos de los que no teníamos que hablar. Todo se quedaba 'entre Jesús y nosotros'. El sacerdote nos hacía esperar nuestro turno en el pasillo. Después nos confesaba, uno a uno. Me decía que me pusiera de rodillas, a cinco centímetros de su repugnante boca", añade el relato.
Las violencias eran justificadas como 'expiación': "'Para que seas purificada por Jesús, tengo que hacerte 'zim-bum'', me decía el cura. Entonces empezaba a levantarme la falda y a tocarme las piernas, cada vez más cerca de mi sexo, hasta la eyaculación. Después me mandaba rezar un 'Padre Nuestro'".
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